El juego de la vida by Knut Hamsun

El juego de la vida by Knut Hamsun

autor:Knut Hamsun [Hamsun, Knut]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 1933-04-23T00:00:00+00:00


XX

CIERTAMENTE, si Gordon Tidemand sabía de algo, era de cuentas.

Recibió su cuenta corriente al día siguiente, y tuvo buenos motivos para triunfar: el saldo había disminuido a menos de la mitad, mucho menos de la mitad, a veinticuatro mil —incluido ya el crédito de diez mil—. Así, pues, la enorme deuda de su padre había bajado de sesenta mil a doce mil, con dos mil de intereses.

Seguía una especie de explicación: «los errores habían surgido en asientos equivocados durante varios años en las dos cuentas del difunto Theodor Jensen. De usted atento servidor, Banco de Ahorros de Segelfoss. J. C. Pettersen».

—¡Hum! —dijo Gordon Tidemand, de mal talante—. ¡Va a retirar también estas doce mil, con sus intereses! ¿Quiere bromear conmigo? Ya le enseñaré a éste… —a este Cabeza de pipa, quiso seguramente haber dicho, pero un gentleman no debe, ni aun estando a solas en su despacho, llamar Cabeza de pipa a una persona. No debe. «Voy a denunciarle», dijo él. Aquello era ya más correcto.

Envió al muchacho de la tienda con una carta para el anterior director del Banco: «Cuando se halle por esta parte de la ciudad, le ruego pase por aquí; desearía hablar con usted».

El hombre acudió en seguida. Era Johnsen, maestro pensionado, conocido en todo el distrito, viejo ahora, pero seguía en la Junta del Banco. El cónsul le rogó perdonase la molestia y le explicó lo que le pasaba en el Banco.

Johnsen movió la cabeza y dejó caer la alusión de que todos corrían riesgo al habérselas con el abogado. Por ejemplo, en la última asamblea había querido en absoluto desahuciar a Karel de Roten, y subastar su granja.

—También a mí me debe mucho Karel, pero ¿qué?

—No, el abogado no tiene escrúpulos. Es demasiado voraz.

—¡Pues que no se me acerque demasiado! —dijo el cónsul—. Lo que realmente quería de usted, Johnsen, es esto: ¿Se acuerda usted si mi padre al morir debía algo al Banco Segelfoss?

—No, no —dijo Johnsen, y se rió de semejante idea—. No era un hombre que debiese a nadie; para ello era demasiado poderoso y ayudaba a los necesitados.

—¿Cómo puede entonces el abogado Pettersen anotarle en una deuda de sesenta mil? Y luego la rebaja a doce mil. ¿Cómo puede, en absoluto, hacerle deber un céntimo?

Johnsen movió de nuevo la cabeza canosa y dijo:

—No comprendo. Quizá haya descubierto algún error u omisión en los asientos de la época en que yo era jefe. Esto no lo puedo negar sin ver los libros. Pero, en todo caso, su padre de usted, al morir, no debía nada al Banco. En realidad, no debió nunca nada al Banco, y al contrario, siempre tenía mucho dinero depositado allí. Esto lo puedo jurar.

—¡Gracias! ¡Me alegro! —El cónsul sacó una libreta del pupitre y dijo—: Éste es el libro con la cuenta de mi padre, en el Banco. Aquí hay un par de asientos, sobre los que me permitiré preguntar. Estos asientos ofrecen la particularidad de haber sido anotados por mi padre en la libreta, y no por el cajero del Banco.



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